Hace poco se instaló una nueva librería en San Diego. Solo al mirarla, impresionaba. Desde afuera se veía una librería grande y que incluía un pequeño café donde, obviamente, se podía mantener una interesante charla de literatura o antropología de Levi Satrauss o que sé yo cuanta cosa elevada. Cuando se entra, la impresión sigue. La librería es realmente enorme. Con una estructura muy semejante a las grandes librerías que pueden verse en Mendoza o Buenos Aires. Incluye sillones, cada tanto, para entretenerse leyendo. La sección niños incluye sillas de colores, y juegos de orientación literaria, etc. Además, la cafetería ofrece expreso a ¡$ 350!. Todo como de otro planeta, salvo por un pequeño detalle: es una librería evangélica. Y no es que yo les tenga demasiada tirria a los evangélicos, o que niegue su opción de ganarse la vida vendiendo libros. El problema, grave, es que no hay de todo en la librería. Imposible hallar a Kafka o a Borges ni a Cortazar ni semiótica ni a Murakami, etc etc.
Es decir, hay algunos libros interesantes de título curioso, como “las 10 cosas que una esposa debe saber”, incluso hay algunos de sexo o de viaje, pero ya saben todo desde un óptica gloriadió. Olvídense de los grandes de la literatura erótica como Bataille y mucho menos Sade.
En fin, una ilusión óptica. Quizá lo única que se me ocurre es ir a tomársela y usarla como trampolín de una nueva vanguardia, una en que el “gloriadió”sea santo y seña.
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