miércoles, 28 de marzo de 2012

La utopía y la realidad


Afuera de la universidad de Chile existió, durante meses, una situación que califiqué de “utópica” en su momento. En general las utopías son breves y esa lo fue. Uno siempre ha querido vivir o revivir la utopía. Todos dicen que es imposible y para demostrarlo recurren, como ejemplo, a la república española y al gobierno de allende. Ambas terminaron de golpe. Otras utopías fueron absorbidas por funcionarios y se degradaron en burocracias, como fue el caso de la revolución de octubre o la revolución de Pancho Villa.


Sin embargo, aparecen, a veces, utopías temporales: utopías individuales o utopías colectivas. Los días de batalla del 2011 generaron espacios temporales en toda la ciudad. Uno de ellos se instaló afuera de la Universidad de Chile, en San Diego con la Alameda. Ese espacio utópico pasó por varias etapas. La primera, al alero de la toma de los estudiantes, constaba de venta de libros, venta de souvenires revolucionarios, reciclaje de papeles y/o plásticos, músicos de irregular calidad, radios universitarias, discursos políticos, etc. Pero después, el lugar mutó. Los discursos perdieron espacio. Gran cantidad de vendedores de los más diversos artículos se fueron instalando en una especie de mercado cultural, con tendencia no necesariamente Hippie: los punkies eran abundantes también. Los cachivaches iban desde los clásicos adornitos, hasta libros, pasando por aros, películas piratas, cuadros, afiches, sándwich vegetarianos, pizzas, chapitas, poleras, bolsos, lámparas, calzado, fierritos (aunque esos han estado siempre), etc etc. Pero el tiempo, los pacos, las batallas y la desmotivación fueron degradando el lugar. Ahora hay algo de venta, escasa, pero no pasan de ser ambulantes sin relación con “la causa”. Su causa es vender, claro.


Todo el proceso duró unos 8 meses. Dentro de ese periodo las paredes de la U fueron depositarias de los mensajes de la batalla. Corrió mucho ingenio. Creo que cometí el grave error de no registrarlo con profusión, pero también creo que muchos otros hicieron esa tarea. La foto que adjunto es una de las pocas que tomé, de cuando estaba recién iniciándose la utopía, allá por julio del 2011.

viernes, 23 de marzo de 2012

La luna y el farol


Bulnes se caracteriza por sus armerías, sus milicos y por la abundancia de instituciones ligadas a la defensa. Pero hay mucho más: las calles pueden llegar a ser reservorios infinitos. Me detengo en sus faroles, que son bastante elegantes. Y como es una calle amplia, se puede observar el cielo y los faroles al mismo tiempo. De ahí a lograr conjunciones como la de la foto hay solo un paso. Pequeño para un hombre, enorme para una cámara. Tuve suerte.

lunes, 19 de marzo de 2012

Joaquín Díaz Garcés



Los escritores nacionales parece que han sido muy vapuleados. Y el peor de los pagos es el olvido. Por eso, reconocer o recordar a un autor es siempre un acto de justicia. De esa forma cito a J. Díaz Garcés, quien firmó también como Ángel Pinos. Amigo de Ernesto Montenegro y de Joaquín Edwards Bello. La primera referencia a su existencia la tuve ayer. Fue en el prólogo del libro “Mi tío ventura”, edición de Andrés Bello. Y la segunda referencia también la tuve ayer: fue en el radioteatro de la Agricultura. Dramatizaban uno de sus cuentos, ambientado en San Diego. El cuento se llamaba “Incendiario”. La temática era algo que ocurre con alguna regularidad en mi barrio: los incendios. Son casi una atracción turística, a esta altura. El incendio intencional del cuento ocurre en una tienda (real o ficticio) de la primera cuadra de la calle, cuyo nombre era “la bola de oro”. El cuento completo, junto con otras obras escogidas de J. Díaz Garcés, la pueden hallar en el siguiente link: http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0036083.pdf.


Debo indicar que, actualmente, la primera cuadra de la calle San Diego no posee locales como los señalados en el cuento. Una prueba de la infinita capacidad de metamorfosis que posee la calle. Por suerte, la primera cuadra contiene básicamente libros. La foto adjunta lo demuestra.

viernes, 9 de marzo de 2012

Libros a 4 gambas


Un hombre solitario y quizá triste que vendía libros a 400 pesos, dos por ochocientos pesos. A pesar de eso, parece que no vendía ninguno. Todos huyen de esa clase de lugares. No es mi caso. Casi siempre encuentro cosas útiles. Y encontré una novela de Turgeniev, un autor que ya casi no se lee. Y una recopilación de la ciencia ficción del siglo XIX realizada por Asimov, quien reunió una tropa de autores olvidados. Es curioso. Muchos se quejan de falta de oportunidades, de falta de acceso a la cultura. Y allí está ese hombre vendiendo libros a cuatrocientos pesos, con autores que ya casi nadie lee, porque casi nadie lee nada. Una pena. Me llevo ambos libros. Después de todo, esos libros, esos autores y ese hombre merecían la compra y merecían esta mínima reflexión. El local del hombre solitario tenía otras cosas: un aviso decía que vendía repuestos SINGER y que era técnico autorizado. Otro aviso decía que reparaba instrumentos de viento, como saxos o clarinetes. También vendía antigüedades. Y por supuesto, los libros a 4 gambas. Actualmente su local ya no existe. Se ha convertido en la oficina técnica de un edificio que construyen en las esquinas de San Diego con Eleuterio Ramírez. La foto muestra como era las veces que lo visité.

viernes, 2 de marzo de 2012

San Diego en los libros


San Diego tiene una presencia en la literatura o en cierta clase de literatura chilena. Uno de los primeros libros que la cita de manera profusa es Recuerdos de 30 años, de José Zapiola, un músico argentino que describe sucesos del tiempo de la independencia nacional, hasta el 1930 aprox. Es un libro instructivo para conocer los orígenes de la calle. En otra oportunidad haré el resumen de las muchos datos que se nombras de la calle, pero uno de ellos es que la independencia de Chile partió en San Diego, en un regimiento ubicado en la primera cuadra de la calle. Actualmente sigue siendo terreno militar, semi-abandonado.

Otra aparición interesante es en el Eloy de Carlos Droguett. Según ese libro, Eloy le quería comprar a la Rosa (si sobrevivía a la ultima batalla que está librando en el libro) un vestido en San Diego. Yo imagino que lo compraría en El Rey que Rabió. No sé si en esa época existía Guendelman o Cocilamp.


Hay un libro del infame Lafourcade que cita un bar ubicado en Alonso Ovalle con San Diego. El libro es “Novela de Navidad” y aunque el ambiente de la novela es el río Mapocho, cita diversos lugares de interés en Santiago. Uno de ellos es al antedicho bar, que según Lafourcade se llamaba “El infiernillo”.


Los cronistas han sido buenos para referirse a la calle. Me da la impresión que San Diego es una calle ideal para cronistas. Uno de ellos es Joaquin Edwards Bello, con su Crónica “Calle San Diego”. El otro, Roberto Merino, con su crónica “San Diego, Calle de Mala Noche”. Miguel Laborde y Oreste Plath también le dedican algunos datos, insertos en otros temas.


Debo advertir que la presencia de San Diego en los libros es bastante amplia y no se reduce solo a lo que señalo acá. En crónicas futuras daré más datos. La fotografía muestra una escena de la plaza Carlos Pezoa Véliz.
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