
Hace unos meses observé que se acercó a ellos un tipo robusto y sano que se entretenía en retarlos. Les decía “come, weón, mira como estai por tomar puro copete”. Yo no me engañé. Ayer lo vi de nuevo. Estaba con los ojos desorbitados, pidiendo plata a los transeúntes y con el mismo mal aspecto de todos. Ya no lanzaba discursos morales; era parte de la comunidad de ebrios.
Hay algo que se ha mantenido constante todos estos años: la manada de perros que los rodea. Son agresivos y antes atacaban a los ciclistas. Por suerte se les ha quitado esa costumbre.
La foto muestra a uno de los ebrios más emblemáticos (el de la izquierda), tal vez el único que ha sobrevivido de la primera comunidad. Es de la variedad de los Hippies. Anda siempre con un palo enorme, tal vez en un intento de primitivismo. Pero ya se sabe: el copete puede convertir cualquier buena intención en humo o en vapor. Hace poco vi que un evangélico trataba, biblia en mano, de convertirlo. El ebrio lloraba a mares. Capaz que pronto vea al evangélico pidiendo monedas.