jueves, 18 de abril de 2013

La casa de los ángeles


Hace unos meses vagabundeaba por Serrano y me encontré (o me reencontré, si mal no recuerdo) con una casa muy curiosa. Impresionaba de inmediato, por la gran cantidad de adornos escultóricos hay en su fachada. Sus adornos son básicamente ángeles, si es que quiere interpretarse desde una tradición vagamente cristiana, o simplemente niños desnudos, si se quiere describir de manera pragmática y objetiva. 
      Cualquiera pensaría que una casa con esa cantidad de arte debería estar habitado por artistas. Pero no. Se trata de una antigua casona subdivida internamente en innúmeros espacios, los que son arrendados por esa enorme muestra humana que suele encontrarse entre los que arriendan “piezas” para vivir: solitarios, alcohólicos, fracasados, migrantes (extranjeros y de provincia), a veces algún estudiante, etc. Aunque allí no parecía haber estudiantes.
      Una semana después del re-descubrimiento hice un nuevo examen y el diagnóstico fue peor. En la puerta había una mujer sentada y tenía abrazado a alguien, a un gordo vestido a la moda reguetonera. La mujer tenía un aspecto relativamente decente, bien vestida, pero un poco sucia. El guatón no se veía decente: sangraba profusamente y su sangre estaba repartida. Había un charco en la vereda, otro en la calzada y un tercero en el lugar en que estaban sentados. Alguien pasó y la mujer dijo: “pa que cachis poh...El Pato, quien otro...siempre mandándose cagás”. Los dos personajes estaban ebrios. Efectivamente la mujer tenía un cierto aire de alcurnia, como si el alcohol no hubiese borrado completamente algún pasado esplendor. “Como la casa”, me dije. Empezó a juntarse gente. Algunos con aspecto bastante mafioso. Me retiré del lugar.

miércoles, 10 de abril de 2013

La mujer que huyó del barrio


En una oportunidad llegábamos a la casa, con mi mujer. Era tarde, quizá las 3 de la mañana. Estábamos a una cuadra de la casa, ya sintiéndonos seguros. Detrás de una esquina aparecen dos sujetos. Su objetivo: asaltarnos. Una cosa fácil de lograr, puesto que andaban armados. Además, los cogoteros tienen ciertos clientes fáciles. Una pareja es fácil. Por lo general, el hombre no cometerá la estupidez de defenderse: puede terminar con la mina violada. O al menos, ese es el temor que surge de inmediato. Así pues, la aparición de los sujetos, me puso en estado resignado, tratando de hacer rápido el trámite, minimizando las pérdidas. Solo perdimos el celular de mi mujer y mi billetera (donde tenía mis documentos, sin plata, obviamente), y eso que yo andaba con un bolso en cuyo interior había una cámara. Cuando me preguntaron que había en el bolso yo respondí “libros”. Era claro que los libros no les interesaban. Una cuadra después, cuando ya todo había pasado se nos acercaron dos compadres y una mujer. Se dieron cuenta de inmediato lo que ocurría. En realidad, habían visto la escena a lo lejos, y apuraron el paso, pero llegaron cuando ya era tarde. Los compadres propusieron que los siguiéramos, para ver si encontrábamos la billetera. Estuve de acuerdo. La mina se quedó con mi mujer. 

Recorrimos varios lugares, pero no hubo ningún resultado. Mientras tanto, la mina consolaba a mi mujer. Después nos contaría que a ella también la habían asaltado hacía unos meses, pero que el resultado no había sido tan inocuo. Parece que algo de abuso sexual había ocurrido. Remató su historia diciendo  “odio el barrio, no hallo la hora de irme de aquí”. La mina era bien atractiva. Y esa noche estaba vestida muy sexy. Me la encontré otras veces por el barrio. Siempre invariablemente sexy, pero también seria y melancólica. La saludaba pero no me pescaba. Parecía no recordarme. La ultima vez que la vi no la saludé. Estaba demasiado lejos, en una esquina de la plaza afuera de los Sacramentinos. De todas formas le saqué la fotografía de la imagen. Es algo que hice sin su permiso, pero mi idea no era paparazzearla, sino que hacerle un homenaje. Sabía que alguna vez escribiría esta mínima anécdota, que espero le haga algo de justicia.
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